Cuando oímos esta palabra todos pensamos en algo ajeno a nosotros. Se nos viene a la cabeza la imagen de alguien que da dinero a alguien por un determinado favor o cesión, que a su vez redundará en pingües beneficios para el donante sin que el cedente exponga o ceda algo suyo. Bueno, más o menos ese es el comienzo u origen, pero no el todo y mucho menos el final.
La
corrupción no es algo que solo se libra entre dos personas: corruptor y
corrupto. No, requiere la participación de muchas más. Los protagonistas
iniciales, por si solos, por mucho poder que tengan, poco podrían hacer, sino
encuentran la colaboración, tácita o expresa, de todos nosotros. Sí, todos
nosotros, colaboramos de una u otra manera a ese cáncer de la economía y de la
sociedad que es la corrupción.
Una nota
reciente del S.U.P. (Sindicato Unificado de Policía) la equipara en su daño con
el terrorismo y creo que no exagera nada. En términos puramente matemáticos, el
terrorismo que nosotros, los españoles, hemos conocido, ha causado menos víctimas
que la corrupción. Y no me refiero sólo a víctimas mortales, que también, sino
a sacrificados por el sistema que los ha dejado apartados del mismo, en forma
de desempleo, sin vivienda, sin abrigo, sin alimentos. Lo más básico que
necesita el ser humano. Suicidios, enfermedades síquicas y somáticas,
accidentados, alcoholismo, drogadicción, delincuencia, desarraigo, etc. muchas
veces ocultan su verdadera causa u origen, que no es otra que el efecto de la
corrupción, la injusticia y pobreza que genera.
La
corrupción se basa y encuentra su desarrollo en algo muy ligado al género
humano: el egoísmo y la visión material de lo inmediato. Todos y sino todos,
casi todos, anteponemos nuestro presente y futuro más próximo a cualquier otra
razón de índole moral e incluso de carácter humanitario. Aunque luego nos
llevemos las manos a la cabeza ante tragedias que nos circundan pero no nos
afectan directamente.
La
corrupción tampoco es algo que se realice únicamente entre lo público y lo
privado, aunque prevalezca esta forma. También se da en las relaciones privadas
y su efecto es el mismo: demoledor.
Recientemente,
a raíz de la salida a la luz de graves irregularidades en Cataluña, por citar
la última que no única, donde parece que
el desmadre ha sido la brújula de los sucesivos gobiernos desde el principio
del actual régimen, la guerra desatada entre diversos medios, unos denunciando
y otros tratando de ocultar, así como el silencio o toma de partido de ámbitos
jurídicos, policiales o políticos, no hacen otra cosa que llamar la atención de
la sociedad ante esta lacra que hoy nos invade.
Hoy
España ocupa el lugar número 30 con una nota de 65 sobre 100, en el Índice de
Percepción de la Corrupción 2012 de Transparency International, un puesto algo
alejado del que deberíamos ocupar por nuestra cultura, pertenencia y situación.
Todavía estamos lejos de la imagen del policía que nos pide una “mordida” para
evitar la multa, pero como nos descuidemos un poco más, será algo habitual. Y
es que hay que predicar con el ejemplo.
Hace 2 ó
3 años, en la memoria anual del poder judicial, se citaba que el crimen
organizado, palabra con altas connotaciones mafiosas, se había introducido en
nuestro país y más concretamente en algún sector muy importante de nuestra
economía. Algo terrible, que pasó por lo visto, por debajo de nuestra atención,
tanto en ámbitos gubernamentales como ciudadanos. Craso error.
Por último
y como conclusión, está en cada uno de nosotros, en nuestra honestidad del día
a día, erradicar o al menos llevar a mínimos estas prácticas delictivas que
tanto daño hacen a la sociedad en su conjunto y a gran parte de la misma de
forma más particular. Excusarse
y no aceptar nada, ni un simple café, que conlleve la toma de una decisión o la
adopción de una postura que facilite transacciones que no se rijan por las
leyes del libre mercado y la plena competencia. La corrupción se mueve desde un
simple desayuno a cientos o miles de millones, que requieren también de la
complicidad del más humilde, el del café o desayuno.
¡Hay que
romper las cadenas! y #BastadeCasta.
Una de las veces que coincidimos en el análisis y el tratamiento, cito un párrafo de mi entrada "Necesitamos una revolución ética".
ResponderEliminarCita:"Ya algunos hemos realizado la marxista autocrítica, somos culpables todos de haber permitido con nuestra omisión en la acción contra la corrupción, cuando no la abierta colaboración con ella…
Ya es hora de comenzar una revolución ética….
Comenzando por nosotros mismos y extendiéndola a la sociedad como una marea imparable." fin de la cita.
Un saludo
Ávalon
Hasta que no nos armemos con piedras, no los vamos a mover ni un ápice. Para ello nos mandan a los perros antidisturbios, a los mismos que les están sableando los políticos.
ResponderEliminarSimplemente nos hemos acostumbrado a que uno tras otro vayan chupando del bote del erario público que llenamos los que cotizamos. Entre ellos los funcionarios; a los que nos están robando constantemente (como a los perros susodichos), porque a los que cobran en negro, ni tocarlos.
Un ejemplo es claramente el Fabra, se dirige siempre a los juzgados con una alegría en la cara que parece que va a asistir al circo. ¿Será por eso?
Un saludo