En los últimos
tiempos estamos viviendo una situación intensamente dramática en las ciudades
españolas de Ceuta y Melilla, en el norte de África.
Miles de
africanos de diversos países al sur del Sahara, tratan de entrar de cualquier
manera en territorio nacional. Huyen de la miseria y de la falta de futuro en
sus países de origen, en búsqueda de una vida digna. Para ello se enfrentan a
largos periodos de trashumancia, a muchos peligros y a muchas carencias. También
son víctimas de personas sin escrúpulos, las llamadas mafias de la emigración,
que no dudan en engañarlos para obtener con su sufrimiento e ilusión un
beneficio económico. Pero para estas personas en busca de un mundo mejor, todo
les vale con tal de alcanzar la tierra prometida. Y esa tierra prometida, pasa
por España y sus fronteras con África.
Es obvio,
que ni las circunstancias actuales ni unas mejores, podrían dar cobijo a tantas
personas. El desequilibrio que se produciría tendría un fuerte impacto en el
normal desarrollo de la sociedad. Por lo que cualquier tipo de apoyo debe de
pasar por las ayudas bien aplicadas en sus países de origen que dieran lugar a
la transformación y mejora de su “modus vivendi”. Así como de una regulación
eficaz de la inmigración, que de forma ordenada fuera incorporando inmigrantes,
en la medida que la oferta de trabajo y las condiciones económicas lo permitieran.
Todo lo que no sea actuar así, dilatará un problema de mucha mayor envergadura,
donde la situación actual puede quedar en una simple anécdota.
No
obstante, centrándonos en lo más actual de la situación, debemos de ser
conscientes de “quién mueve el árbol en
esta ocasión y quién quiere recoger las nueces”.
A finales
de los años 70, cumplí el servicio militar en Melilla. En el Grupo de Infantería
nº 2 de Regulares. Algunas de las maniobras que hacíamos consistían en recorrer
la línea fronteriza, entonces débilmente marcada por una valla rústica de
escasa altura. Y no siempre era así. En alguna ocasión también pernoctamos en
dicha zona, desplegando para ello tiendas de campaña. Algo testimonial y simbólico. Nada que ver con las
fotos que veo actualmente, de notable presencia de Guardia Civil y Policía, de esa doble valla de considerable altura y mucho
menos con las polémicas concertinas. Algo que creo se ha sacado de contexto,
pues se trata de elementos pasivos de disuasión y no de algo activo. Disponer
de elementos que dificulten y disuadan la entrada ilegal es, bajo mi punto de
vista, algo perfectamente correcto y yo diría que hasta necesario. Aunque quizá,
esas cuchillas no sean muy acertadas.
Para mí,
el verdadero responsable de esta situación es el vecino gobierno de Marruecos,
que permite la entrada en su territorio, la circulación y la concentración a
las puertas de España y de Europa, de personas que han entrado y permanecen de forma ilegal en su
territorio. No le demos más vueltas. Ni nos distraigamos con lo accesorio.
Todo ello
obedece, sin duda alguna, a una presión indirecta de nuestros vecinos africanos,
utilizando a personas con grandes necesidades, sin importarles otra cosa, que
una reivindicación tácita de su soberanía sobre estas ciudades españolas (*). Haciendo
insoportable la normal vida en ellas. Sin olvidar el apoyo también silencioso
de nuestros socios europeos, que no se dan o se quieren dar cuenta de que el
problema es de todos. Yo diría que mundial.
(*) En otra ocasión
expondré mi opinión sobre el interés de Ceuta y Melilla. De Gibraltar ya lo
hice.
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