Aunque no existen estudios oficiales ni
suficientemente contrastados, lo que si parece evidente es que en España el
fraude fiscal tiene un tono muy elevado. Hasta el 28% del PIB, estiman algunas
fuentes.
El fraude fiscal |
Que nuestro presidente y nuestro ministro de
economía, vean con mucha dificultad atajar el mismo, es toda una declaración de
lo poco que les interesa dicha cuestión. O eso parece. Es más fácil seguir
exprimiendo a los asalariados y asimilados.
Ayer decía Antonio Miguel Carmona, economista
y político, en un programa televisivo, que según GHESTA (Sindicato de técnicos del Mininisterio de Hacienda) el 72% del volumen del
fraude fiscal se producía en las grandes empresas. En algunas se entiende. Un
tema sin duda muy controvertido, ya que otras fuentes apuntan a que estas lo único
que hacen es extremar la aplicación de las leyes en su beneficio.
No obstante, un reciente informe de Ernst & Young indica que muchas compañías están ciegas ante los riesgos de fraude, soborno y corrupción que existen.
No obstante, un reciente informe de Ernst & Young indica que muchas compañías están ciegas ante los riesgos de fraude, soborno y corrupción que existen.
¿Pero creen ustedes que en la era digital
sería tan difícil implantar un sistema en el que fuera casi imposible el
fraude? Yo pienso que no. Veamos.
Lo primero que habría que hacer sería dotar a
cada español o residente en España, de un documento electrónico, que podría ser
el mismo DNI o tarjeta de residencia, tal que fuera obligatorio su utilización
para cualquier transacción monetaria. Un documento análogo se debería de
facilitar a las empresas en el momento de emitir o recibir una factura, realizar un pago o recibir un ingreso. La no
recepción electrónica de una factura implicaría su no conformidad y
consecuentemente su irregularidad.
Fuente: GHESTA |
Así por ejemplo, el caso más simple de un ciudadano
que acude a un bar a tomarse un refrigerio, a la hora de pagar -en efectivo o
con tarjeta- deberá de facilitar también el documento que registre la transacción,
que a su vez es enviada a los servicios fiscales para su tratamiento. De este modo, este
sistema de pagos e ingresos registraría sin apenas error el movimiento monetario
de cada sujeto fiscal. Que posteriormente serviría para contrastar con las
correspondientes declaraciones de cada uno de ellos. Hay que acabar, entre
otras cosas, con la fiscalidad por módulos y métodos similares.
Para que este sistema funcionase
eficientemente, se establecería una deducción final de impuestos en función de los
impuestos abonados, en correlación con los ingresos declarados.
¿Qué ocurriría entonces con esas otras actividades
marginales o delictivas como pueden ser la prostitución o el tráfico de drogas?
Respecto de la primera, lo más adecuado sería
legalizarla y regularla. De forma que su ejercicio en lugares adecuados y
registrados se vieran sometidos también al control fiscal. Acabando también con
esa hipocresía o doble moral que nos retrata desde hace muchos siglos. En cuanto a la segunda, al tratarse de un
delito, y grave, no cabría más solución que su persecución y erradicación, tal
y como se hace en la actualidad. Sin descartar la legalización del hachís o la
marihuana, estupefacientes tan dañinos como el alcohol o el tabaco, pero no más.
Economía sumergida. Fuente GHESTA |
Nos queda ahora ver el tratamiento a dar a esa
multitud de empresas que se crean en paraísos fiscales, dentro de la legalidad
internacional y que requeriría de una voluntad firme y decidida de todos los países
con convicciones democráticas y sociales. No obstante cada uno de los países,
independientemente, debería de extremar la vigilancia de estas empresas e
implicar a la banca en su control. Tal que las transacciones en uno u otro
sentido sean conocidas y aprobadas por las autoridades fiscales.
Yo creo que con este esbozo de ideas, se podría
minimizar mucho, tanto el fraude fiscal como la llamada economía sumergida. Que
con una legislación complementaria fuertemente punitiva, hiciera pensarse dos
veces antes de cometer un fraude fiscal.
Lo que no sería tan difícil si hubiera
verdadera voluntad de acabar con esta lacra social, que perjudica a millones de
sujetos fiscales en beneficio de unos miles o cientos de miles.
La inversión inicial en medios –equipos y
programas- así como en recursos humanos necesarios para su vigilancia e
inspección, sería una apuesta por la solidaridad y la justicia social, que
aportaría unos beneficios tanto materiales como morales de gran envergadura.
¡Ahí lo dejo!
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