Ana P. Botín |
Una noticia
publicada ayer en el diario digital EL
ESPAÑOL,
me induce a volver a escribir sobre este tema. “Giro en la estrategia jurídica
contra la compra del Popular por un euro por parte del Banco Santander. Un
grupo de inversores está ultimando una demanda contra la entidad que preside
Ana Botín por enriquecimiento injusto.”
Hasta
ahora todas las demandas se dirigían contra los equipos gestores, la auditora,
y las autoridades bancarias, nacionales y europeas. Este planteamiento contra el
banco adquirente es nuevo.
El enriquecimiento injusto se ha definido por nuestra doctrina como
aquel supuesto en el cual una persona, a consecuencia de un desplazamiento
patrimonial verificado de acuerdo con los requisitos exigidos por un
ordenamiento jurídico concreto, experimenta un acrecimiento de su patrimonio
activo a costa de otra persona, pero en circunstancias tales que pugnan con los
postulados de la justicia y equidad cristalizados en el propio ordenamiento
positivo o apreciados por el juez libremente en cada caso (Álvarez Suárez).
Así la
ampliación de capital de 7.072 millones realizada por el banco Santander, presidido por Ana Patricia Botín, trata
de justificar la necesidad que el banco Popular tenía de recapitalizarse.
Algo que
choca tras los informes; primero de Oliver
Wymann en 2012 que cifraba las necesidades de capital en 3.223 antes de la
ampliación realizada por 2.500 millones y después, tras los tests o pruebas de stress
realizadas en 2014 por el BCE (Banco Central Europeo) y en 2015 por la EBA (Autoridad Bancaria Europea). Ambas
pruebas fueron superadas por el banco Popular que además volvió a realizar en
junio de 2016 una nueva ampliación de 2.500 millones. En total 5.000 millones.
Y no se descartaba una tercera ampliación que no pudo ni llegar a plantearse.
Indefensión total de los accionistas, que en unas horas la noche del 6 al 7 de junio pasado, vieron esfumarse sus ahorros. Nocturnidad, premeditación y alevosía. Las tres cosas concurrieron.
Indefensión total de los accionistas, que en unas horas la noche del 6 al 7 de junio pasado, vieron esfumarse sus ahorros. Nocturnidad, premeditación y alevosía. Las tres cosas concurrieron.
Si la
operativa corriente del banco era positiva y el lastre de sus activos
inmobiliarios había superado esas anteriores pruebas, ¿Cómo es posible que ya en plena recuperación del mercado inmobiliario,
estos activos pudieran lastrar la solvencia del banco más que antes?
Informe inmobiliario Bankinter 2017 |
Es casi
evidentemente claro que esa no puede ser la razón de lo ocurrido. Y solo el pánico
creado desde instancias internas (Emilio Saracho, presidente del banco Popular)
y externas (Elke König, presidenta de la Junta Única de Resolución),
precipitaron una medida innecesaria para acabar con la vida de uno de los
bancos más rentables del mundo, auxiliados por nuestras AA.PP. que colaboraron
en la retirada de fondos masivamente.
Todo, justo en el momento que su
patrimonio inmobiliario podía entrar en una senda de revalorización, al compás del
incremento
contrastado del mercado inmobiliario (ver informe de Bankinter). Algo que
si no se corrige, judicial o extrajudicialmente, irá a engrosar los fondos del
banco de Santander con un multiplicador exponencial, en detrimento de los
accionistas y otros inversores del banco Popular. Todo ello sin contar con los
miles de millones que revertirán al
banco de Santander en forma de créditos fiscales a lo largo de los próximos
ejercicios.
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