miércoles, 6 de diciembre de 2017

¡Reformad “La Constitución”!



Sí, este parece ser que es el mensaje que desde ciertos sectores de nuestra política se está transmitiendo. Como si no existiesen cuestiones más perentorias donde aplicar el tiempo y la energía.
Veamos, nuestra Constitución nace tres años después del fallecimiento del que fue jefe del Estado desde 1939 a 1975. Un régimen autoritario, una democracia orgánica que se decía. En verdad, una dictadura militar con apariencia civil.
Con La Constitución, se establecen el consenso y la vía del diálogo entre alternativas políticas muy enfrentadas, a un lado los comunistas y al otro los sucesores de Franco y su ala más radical. Pero se consigue y con ello vivimos, según dicen, uno de los períodos más brillantes de la historia de España.
Pero en realidad tardaríamos pocos años en darnos cuenta que lo que se había establecido en España, era un paripé. La independencia de poderes; ejecutivo, legislativo y judicial nunca existió.
Sí, en el Parlamento solo existe la voz de los partidos, prietas las filas, recias y marciales. Los diputados son poco más que convidados de piedra. Su jefe es quien dirige los debates y el sentido de su voto. Primer fraude.
Buenos sueldos, poco trabajo, aforamiento por si acaso se mete mano y una estupenda pensión con muy poca dedicación.
Y del Parlamento surgían los otros dos poderes del Estado, el ejecutivo y el judicial. La jugada es perfecta: una clase política alejada de los ciudadanos, cuyo único objetivo es vivir lo mejor posible.
Pero en este aspecto ningún partido está realmente planteando reforma alguna.
Luego de esta Constitución, nacieron las Comunidades Autónomas, unas con cierto sentido y otras sin sentido alguno. Era “el café para todos”. Con ello se pretendía agilizar y optimizar la administración pública y lo que se consiguió fue lo contrario. Muchas administraciones, mucha burocracia, mucho gasto y poca eficacia.
Y sí, en este aspecto sí se quiere reformar para seguir profundizando en el error. Hablando ahora de federalismo, como si las Comunidades fuesen Estados independientes que se unen para tener más fuerza. O sea, todo un despropósito hasta en el nombre.
En fin, como decía al principio, nuestra Constitución nace tibia, merced a conjugar intereses tan dispares. Pero esa tibieza es la que realmente la hace fuerte y no necesita de más reformas que aclarar bien, mediante leyes, el alcance de muchos de sus artículos. Ordenando todas sus ambigüedades y resaltando ese “los españoles son iguales ante la ley” sin que haya que decir “todos y todas”, como algunos pretender enfatizar.
La libertad, la solidaridad, el acceso a la vivienda, el derecho y el deber a un trabajo y remuneración dignos y acordes, la tutela judicial y la justicia es igual para todos, son los principios básicos que no se pueden conculcar con argucias, intereses y componendas.
Por lo demás, a mi me vale la Constitución de 1978, solo hay que observarla y cumplirla. Eso sí, “Todos y Todas”.

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