sábado, 26 de marzo de 2016

La carretera

Líbia (1984)


















Llueve y está mojada la carretera
¡qué largo es el camino, qué larga espera!
kilómetros pasando pensando en ella
¡qué noche, qué silencio! si ella supiera
que estoy corriendo
pensando en ella…
La carretera. Julio Iglesias

Una de mis pasiones que coincidió con mi actividad profesional, fue la construcción de carreteras.  Desde que estudiaba en la Escuela Universitaria de Obras Públicas de Madrid, las técnicas del diseño, el proyecto y la ejecución se apoderaron de mi interés. Así tuve la suerte de incorporarme a una gran empresa de entonces que desarrollaba la construcción de 240 kilómetros de carreteras en las cercanías de Trípoli (Líbia), unos 60 km al sur, en las zonas de Garian, Urban y Tarhuna. Aquello fue para mí un verdadero aprendizaje, puesta en práctica y desarrollo de los conocimientos adquiridos. Un verdadero máster en construcción, además remunerado, diría yo.
Durante casi 3 años, me vi inmerso en un proceso donde todo nos lo teníamos que hacer nosotros. Desde algo tan básico como el alojamiento en pabellones prefabricados en los tres campamentos establecidos, pasando por el aprovisionamiento de energía eléctrica, agua y comida. Y como no, de la fabricación de todos los productos a utilizar en la construcción; tubos, hormigones, áridos y mezclas asfálticas. Con un parque de maquinaria importado desde diversos países, el necesario taller y personal de diversas partes del mundo; Turquía, India y Filipinas, principalmente.
Así, desde el proyecto a su terminación, todo se realizaba desde aquellas instalaciones y con el personal allí destinado.
Es indescriptible la satisfacción que se alcanza cuando tras ver un terreno accidentado, inhóspito e intransitable, tras el trabajo se encuentra uno con una vía de comunicación, rápida y segura, que acerca las localidades y las personas. Y con ello las mercancías.
Extendido de suelo-cemento en R-5 (Madrid, 2002)
Tras esta inolvidable y fecunda experiencia, hace ya más de 30 años, me incorporé en España al entonces incipiente Plan General de Carreteras. Un proyecto ambicioso que dotó a nuestro país de una moderna red de autovías. La carretera de Madrid-Barcelona, entre las localidades de Arcos de Jalón y Alhama de Aragón, fue mi siguiente destino (1988), tras la Ronda de Langreo. Fueron 34 km de carretera que convertimos en una rápida y segura autovía. Ya en 1990, mi nuevo destino fue Navarra. La variante de Irurtzun, ejecutada sobre la A-15. Un nudo de comunicaciones que se abría a las autovías de Pamplona-Vitoria y Pamplona-San Sebastián. Siendo esta última la tristemente famosa autovía que tantas amenazas y retrasos tuvo, donde ejecutábamos los trabajos rodeados de amplias medidas de seguridad.
Ya más tarde y tras concluir un paso inferior en la estación de Vitoria, por el método del empuje oleo-dinámico, atravesando 5 vías de circulación y 3 auxiliares, en 1996 me incorporé a la construcción de una nueva autovía entre las localidades de Villanueva de Gállego y Zuera, dentro del corredor Zaragoza-Huesca. Para después de tres años llegar a la rehabilitación de la N-IV en Madrid, entre Getafe y Seseña.
Langreo (Asturias, 1986)
Otra obra que me marcó por las extremas dificultades que tuvimos que soportar al realizar los trabajos con un intenso tráfico. Pero en 15 meses acabamos los 25 km. Y con una gran satisfacción otra vez.
Otra autopista nueva me esperaba. Era la R-5, entre Madrid (M-40) y Navalcarnero (N-V). Una obra de nuevo trazado, moderna y con gran capacidad de tráfico.
Entre estas obras y después, otras varias y variadas, no de carreteras. Pero también muy gratificantes. Y es que la construcción es una de las actividades que más satisfacciones da a quienes en ella participan. No hay nada que más te compense que ver materializado el fruto de mucho tiempo de trabajo.

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