La reina Sofia en el auditorium |
Los reyes, en España y
otros países de régimen monárquico, representan la más alta institución del
estado junto a la bandera. En nuestro caso además, el rey es el máximo jefe de
las fuerzas armadas y entre sus funciones tiene las de moderar y arbitrar el
funcionamiento regular de las instituciones. Su persona es inviolable y no está
sujeta a responsabilidad. Su esposa la reina, no goza de estas prerrogativas.
Es y ha sido evidente, que
nuestras instituciones han hecho agua por todos los lados. El propio monarca
recientemente tuvo que pedir perdón públicamente ante unos hechos que alarmaron
a la sociedad, por su escasa ejemplaridad. Uno de los miembros de la familia
real está siendo investigado por meter mano en los caudales públicos y no ha
ingresado en prisión debido a su condición. La esposa de este, la Infanta
Cristina, ha creado serias dudas ante la opinión pública también, por su
ignorancia en los tejemanejes de Iñaki Urdangarín. Y ahora, con todo el pastel
descubierto, lejos de sentirse engañada y utilizada por su marido, cierra filas
con este y lo defiende a “capa y espada”.
La corrupción ha hecho su
aparición en otras instituciones. Hay políticos de uno u otro lado del espectro
nacional, imputados por sus acciones delictivas, que se pasean impunemente
después de haberse llevado el dinero. Durante más de diez años y al amparo de
la burbuja inmobiliaria, se han detraído más de cuatrocientos mil millones de
la riqueza nacional, que han ido a parar a manos de políticos e intermediarios.
Hoy su cara más amarga se ve en las filas del paro, donde más de seis millones
de españoles no encuentran un puesto de trabajo y en consecuencia un modo de
vida digno y necesario, como refleja también nuestra Constitución de 1978.
Los rifirrafes judiciales,
las carencias de la Agencia Tributaria, el bajo perfil de los políticos, los
fraudes y estafas bancarias, son otros ingredientes de este plato tan
desagradable que los españoles nos comemos cada día, sin que se hable de falta
de respeto y educación por parte de sus autores.
¡Es tan grave entonces esa
muestra de descontento y reivindicación simbolizada en unos abucheos y
silbidos! ¡Por favor, respeto sí, pero a los españoles!
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