Imagen: Pixabay (Cambio 16) |
No sé si
se puede hablar de una fiscalidad justa, pero lo que sin duda si se puede es de
una fiscalidad necesaria, que es aquella que se requiere para mantener “vivo”
el Estado.
Ello no implica que la gestión de los recursos públicos no tenga límites. Los tiene en la capacidad óptima de generar ingresos de forma justa y equitativa. Al igual que ocurre en las familias o en las empresas, el incremento de ingresos tiene un tope o cuesta mucho hacerlo. Así como el gasto requiere de un mínimo, el necesario para vivir. Por lo que el gasto debe de ser siempre racional, proporcionado y gestionado honestamente, sin despilfarrar en intereses personales y/o partidistas los recursos de todos.
La eterna
polémica entre los que quieren bajar impuestos y los que quieren subirlos es
histórica. Y en ocasiones, demasiadas, obedece más a intereses particulares o
estrategias políticas para contrarrestar al adversario.
Hace no
mucho, recién producida la crisis del 2008, gobernando el PSOE se vio obligado
a subir impuestos. La entonces oposición (Partido Popular) hizo campañas y
“desacreditó” las subidas de forma miserable. Poco después, una vez alcanzado
el gobierno, subió aún más los impuestos. ¿Lo recuerdan?
Al margen
de, esta ya anécdota, veamos donde puede estar ese punto de fiscalidad óptimo.
La curva
de Laffer es un buen ejemplo, críticas aparte, de que ocurre con la recaudación
de impuestos si no está conseguido el punto óptimo. Que es aquel donde se
maximiza la recaudación con datos de actividad económica homogéneos. Y a partir del cual se consigue el efecto contrario, recaudar menos.
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Actualmente en España nuestra curva de
ingresos responde al siguiente esquema, donde si se aprecia en la distribución de donde se obtienen mayoritariamente los ingresos (de la renta media), así como que se deberían de destopar las cotizaciones sociales, a partir de determinadas rentas altas.
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Por otro lado está la teoría, que también
comparto, que un exceso de impuestos retrae la demanda, aleja la inversión y
consecuentemente produce el efecto contrario. Y en consecuencia, una política de
bajos impuestos atrae la inversión e incrementa la demanda y por tanto puede
aumentar la recaudación impositiva, al generar más movimiento.
Por eso,
la utilización política de la fiscalidad es la verdadera responsable de esta
dicotomía que por un lado abanderan unos y por el otro, otros. Siempre buscando
el enfrentamiento en lugar del consenso y la mejor solución en función de la
coyuntura, algo que entiendo no es tan tan difícil, solo se necesita voluntad
de hacer las cosas bien, sin intereses espurios.
Otra polémica, también interesada, es la utilización de presión fiscal versus esfuerzo fiscal, para justificar la subida o bajada de impuestos. Veamos:
La presión fiscal es el cociente entre los ingresos recaudados y el PIB (Producto Interior Bruto):
Mientras el esfuerzo fiscal es el cociente entre la
presión fiscal y la renta ´per capita´, o sea:
En el siguiente gráfico podemos observar la evolución de ambos conceptos en España y bajo que gobierno estaba. De lo que se puede deducir que:
1.- Para lo bueno se requiere que la coyuntura internacional sea favorable.
2.-
Para lo malo nos bastamos solos.
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Ambos parámetros son válidos siempre y cuando se utilicen de forma correcta. El primero (PF) nos da una idea del porcentaje de la producción bruta nacional que se destina a impuestos, lo cual no deja de ser un hecho objetivo, pero que no refrenda que la fiscalidad sea la justa y adecuada a nivel particular. Es el utilizado por los defensores de subir impuestos.
Por otro lado, el segundo (EF) nos da un coeficiente engañoso
si no tenemos en cuenta la riqueza nacional. Es decir, nos puede parecer que el
esfuerzo fiscal es altísimo si lo comparamos con países más ricos, o escaso si
lo hacemos con países más pobres.
Así lo podemos ver en el siguiente gráfico donde los países
están ordenados en función de su mayor renta per capita.
Conclusión: El objetivo debe de ser hacer más próspero y rico el país para así poder ingresar más sin que el esfuerzo sea considerable. Sencillo. Lo contrario son ganas de no trabajar y tirar por el camino fácil: la demagogia.
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