martes, 2 de octubre de 2018

La construcción, un mal negocio

Tres años después de escribir "¿Es la construcción un negocio?" tengo que responderme que no.
No lo digo yo, no. Lo dicen los números. Es un negocio donde las 6 mayores empresas de España, internacionalizadas, que ocupan también un lugar destacado en el ranking mundial, no obtienen en conjunto un beneficio consolidado, superior al 2%. Que sería el 2,6% si descontamos a una de las empresas que este primer semestre ha contabilizado cuantiosas pérdidas.
Estas seis empresas mantienen unas plantillas de más de 430 mil empleados, habiendo alguna de ellas estado, anterior o actualmente, en procesos de despido colectivo, como forma de salvaguardar la actividad. Sin entrar a valorar otros factores cuya incidencia es mucho mayor, como puede ser, por ejemplo, el elevado endeudamiento y en consecuencia el alto coste financiero soportado o a soportar.
Todo ello en un contexto positivo en este primer semestre, donde la licitación pública en España ha aumentado un 38,2% respecto del primer semestre del año anterior; los visados de construcción una variación interanual del 16,2%, el desempleo en el sector se ha reducido un 9,8% en el año, con un aumento notable del consumo de cemento, etc.
Si tenemos en cuenta ahora que el volumen de facturación del primer semestre de estas seis empresas ha sido de 20.353 millones de euros en construcción y el beneficio neto consolidado de 397,8 millones, nos daremos cuenta que estamos ante una actividad escasamente rentable, lo que se contrapone con el gran valor añadido que aporta. Cualquier otra actividad industrial obtiene beneficios más amplios sin asumir tantos riesgos como asume la actividad constructora.
De la cifra de negocio expuesta, menos del 20% se obtiene ya en España. Son otros mercados internacionales donde se genera la actividad, principalmente en países de Europa y la OCDE, que acaparan más del 60 % del negocio. Esta internacionalidad ha aumentado el riesgo y volatilidad del negocio de nuestras empresas, ya que un traspié en alguno de los proyectos que desarrollan, habitualmente de muchos millones, pone en peligro la solvencia de la empresa en cuestión. Y es que con rentabilidades tan ajustadas el negocio es muy vulnerable.


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Y la solución no está fuera. Está dentro del propio sector. Las empresas constructoras deben de darse a respetar, cosa que no hacen. Y para ello deben de:
  • ·        Ofertar solo proyectos solventes, tanto técnica como económicamente. No atender solicitudes que apenas aportan documentación y en las que además se exige un plazo insuficiente para su elaboración.
  • ·        Facturar por las ofertas, especialmente a los clientes privados, si estás no son adjudicadas. Preparar una oferta de construcción es un proceso muy costoso.
  • ·        Establecer un beneficio mínimo de partida para la ejecución del proyecto. No hacer “dumping”, otro gran peligro en el sector.
  • ·        No acudir a procedimientos por subasta, solo a concursos donde se valoren además de la oferta económica, otros factores como la capacidad, el conocimiento, la experiencia, la disposición de medios, etc. y donde la oferta económica sea casi irrelevante o se exprese una fórmula que aproxime la mejor valoración a la oferta media más/menos cinco puntos, por ejemplo.
  • ·        No asumir riesgos contractuales que son inherentes al promotor o cliente y que inciden notablemente en el coste final de la obra.

Aplicando estas cinco cuestiones se mejoraría mucho tanto la actividad como su rentabilidad. Las grandes y medianas empresas constructoras no son ni compañías de seguros ni ONG´s, son empresas con ánimo de lucro, cuyo negocio es el modo de vivir de miles y miles de trabajadores.

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