Día de Pascua de Navidad. 2 de enero de 1.928. En un tranvía madrileño, disco 25, he observado lo que voy a relataros, de tan intensa emoción que apenas el gran Macterlick, en su famoso poema “Los ciegos” pudiera reflejarlo cual yo quisiera. Puntualizo día, hora y lugar, porque creo así llevar mejor a vuestro ánimo la idea de que lo relatado no es una bien o mal concebida fantasía, sino una muy triste realidad.
Veréis: Entre los viajeros de aquel momento, medio día, iba, sentada sobre las rodillas de su abuelo, una criatura, niñita de, a lo sumo 4 años, quien a su vez sostenía sobre su regazo una cajita alargada y cuadrangular, de cartón. Ambos me eran conocidos por haber coincidido ya otras veces conmigo en idéntico trayecto, y por eso sé que la niña, completamente ciega, y su abuelo manco, debían sus terribles mutilaciones, su desgracia, a la explosión de una espoleta hallada al azar en las inmediaciones del Campamento militar de Carabanchel.
Algún día mejor que hoy, comprenderéis cómo los que somos padres, nos interesamos cordialmente a la vista de un niño desgraciado; de aquí que, en fuerza de tan natural fenómeno la niñita de que os hablo ocupase preferente mi atención durante el corto viaje. Ella, en cambio, tan inconsciente como sincera me dio la visión más dramática que podía ofrecer la angustiosa contemplación de su ceguera. La cajita que llevaba sobre sus rodillas se la habían regalado en aquella mañana como aguinaldo y contenía una muñeca. Abriola y con infantil curiosidad púsose a reconocer, a mirar su nena, como ella decía, a través de sus nerviosos deditos...¡no tenía “otros ojos”! A cada detalle que comprobaba con su visión interior acompañaba una jubilosa exclamación: ¡tene pelo rizado!, -decía- , y manos finas, y zapatitos; y un vestido que no e de fanela como el mío. ¡Oye!, padre, -añade al fin forzando el tono- , ¿“tamén tene ojos? ¡
Y aquí fue la tragedia en el alma del angelito; inició una desorbitadora reacción con sus inexpresivas, muertas pupilas negras, y tras el penoso esfuerzo inútil clamó resuelta: ¡padre no quero que tenga ojos la muñeca! ¡que sea tamén ciega! ¡arráncalos!...
Aquí renuncio, impotente, a reflejaros la intensidad dramática de mi emoción, y menos aún, la inmensidad del poema trágico de “la niña que no ve su muñeca”...Releed estas líneas, reconstituid según vuestra potencia imaginativa la escena que acabo de referiros y, no para que solamente os apenéis, que fuera insano designio, sino para que en vuestras precoces angustias y contrariedades halléis un motivo de resignación, de serena conformidad, pensad cuanto más triste que un niño sin juguetes, es el niño que no puede verlos y debate sus ansias en el triste mar sin orillas de su noche eterna, la incurable ceguera....***"Como regalo espiritual, permitid que os dedique esta flor de emoción cuyo perfume aspirará íntegro y no en balde vuestra alma infantil y nobilísima.”
Escrito en la fecha, por mi abuelo Fulgencio Ramos, periodista del diario Informaciones.
A quien no se le haga un nudo en la garganta al leer este escrito no es persona. Muy conmovedor.
ResponderEliminarConocer la extraordinaria sensibilidad de tu abuelo me ayuda a comprender la tuya. Ojalá que yo la tuviera para inmortalizarla en mis descendientes.
ResponderEliminar¡Ya me gustaría a mi!
EliminarGracias por tu comentario y un cordial saludo.