Casi 40 años después de aquella crisis originada por el
petróleo, tenemos otra encima difícil de cuantificar ahora sus efectos.
La energía eléctrica por la utilización de centrales
térmicas y combinadas, el pago de emisiones de CO2 junto al encarecimiento del gas
por cuestiones geoestratégicas con Rusia y el Magreb como protagonistas, han
conducido a la economía a una tensión inflacionista que aun no sabemos cuando
parará.
Vladimir Putín, presidente de Rusia
No hace mucho, el presidente ruso V. Putín con gran ironía y una cierta sonrisa burlona se refería a la situación creada en el mundo occidental con las siguientes palabras: “¿Con que se van a calentar entonces…con leña?”.
Las restricciones puestas en cuanto a la emisión de CO2, la mala imagen proyectada de las
centrales nucleares o las innumerables exigencias medioambientales a la
industria, todas ellas alentadas por organizaciones como “GREENPEACE” y otras
similares, que también tienen al petróleo en sus objetivos, con la idea de que
en unos años también deje de utilizarse como fuente de energía, son acogidas
con gran entusiasmo por los actuales políticos y esa parte de la sociedad que
con gran hipocresía se aprovechan del bienestar que producen estas fuentes
energéticas
Si a esto añadimos la intención de los bancos centrales (EE.UU, Europa, Reino Unido y Japón) de incrementar los tipos de interés y reducir la compra de deuda pública, nos vemos enfrentados a un horizonte confuso, sin visibilidad.
Cierto es también que todavía seguimos pagando los excesos
financieros de la crisis de 2008, cuyos
demoledores efectos han llevado a múltiples países de vanguardia a un
endeudamiento irracional y nada sostenible, pero “resiliente”. Hoy el conjunto de países de referencia son más pobres
que hace veinte años en términos absolutos, aunque se pretenda hacer ver lo
contrario y crear falsas expectativas.
Si nos fijamos en España, que es donde vivimos, vemos que
los salarios y los empleos han perdido calidad. La falta en estos veinte años
de políticas pragmáticas y eficaces, no partidistas ni interesadas, han llevado
a nuestra juventud a tasas de desempleo vergonzosas. Y es la juventud la que está
en la línea del frente para revertir la situación. Algo difícil, hoy por hoy.
Po último quiero también mencionar la pérdida de calidad
de la enseñanza en todas sus fases, desde la inicial a la universitaria. Es
decir, si además no cuidamos algo tan importante como es la formación de
nuestros jóvenes, creamos leyes que favorecen la falta de atención e interés
por aprender, poco podemos esperar ya.
España, el mundo también, necesita de líderes honestos,
comprometidos, capacitados y eficaces, de lo contrario nos acercaremos cada vez
más a una salida nada recomendable. ¡En nuestras manos está!
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