Si se confirma una nueva convocatoria de elecciones,
resultará que desde junio de 2015
a diciembre de 2019 los españoles habremos sido
convocados cuatro veces en poco más de cuatro años. Todo un récord.
La inmadurez de nuestro voto no augura un resultado
muy diferente a las anteriores: un partido sin mayoría suficiente ni apoyos
necesarios para comenzar una singladura segura por esas aguas turbulentas que
hoy son las aguas internacionales de la política. “El nuevo desorden mundial”
está ahí.
Un gobierno que se conformará en base a apoyos de partidos
con muy diferentes intereses, que dejarán nuestro pabellón a merced de los
huracanes y marejadas que se atisban por el horizonte. Ni a babor ni a estribor
encontramos una confluencia estable, con la vista puesta en los intereses generales para tener
solamente visiones partidistas y personales. Si malo
fue el bipartidismo que trajo con el la corrupción, el nepotismo y la gran crisis,
peor puede ser aún esa amalgama de partidos con objetivos manifiestamente encontrados.
Ahora bien, no busquemos a los culpables en los partidos,
no. Somos nosotros, con nuestra corta visión y nuestro egoísmo los que
propiciamos situaciones así.
Basta
hacer un pequeño repaso al resultado de las elecciones municipales y autonómicas,
también celebradas hace unos meses, para comprobar el mercadeo político que de
las mismas se ha derivado. Se han cambiado sillones, se han nombrado cargos que
en cualquier país de nuestro entorno estarían ya en el olvido político, se han
tomado medidas que la justicia ha revocado, etc.
Sí, ya sé que no es fácil decidir el voto. Ningún partido,
ninguno, de los que actualmente conforman el arco parlamentario merece el
mismo. Ninguno apuesta por mirar al futuro y archivar de una vez por todas el
pasado. Todos en mayor o menor grado siguen removiendo las cenizas, sin darse
cuenta de que puede haber un ascua que encienda otra vez el fuego. Y esto es lo
más triste, ¿de verdad merece hacerse con el poder a costa de lo que sea?
Tenemos, desgraciadamente, una clase política de muy bajo
nivel, ínfimo. La falta de verdaderos líderes políticos la estamos pagando cara
y la podemos pagar aún más cara.
Necesitamos un verdadero movimiento social, que desde
posturas moderadas, con líderes de la sociedad civil que lo encabecen, planteemos
una alternativa a esos partidos que solo miran por su propio bienestar y el de
sus allegados. Hay que hacer de España una referencia de orden social, de
democracia y de justicia. Una España del siglo XXI.
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